El espíritu olímpico

(Por Roberto Peláez).- El día 1ero. de agosto de 2021, es una fecha que será recordada por siempre en el calendario del atletismo de campo. Ese día dos fenomenales atletas, saltadores de altura, realizaron esta acción:
«Ustedes pueden seguir saltando para desempatar», les dijo el juez.
El qatarí Mutaz Essa Barshim le respondió: «¿Si no el oro es para los dos?»

Ante la afirmación, él y el italiano Gianmarco Tamberi se abrazaron y son campeones.

Si bien los Juegos Olímpicos son una competencia mundial, priman estas acciones que muestran que el espíritu olímpico en el cual la caballerosidad, el respeto por el adversario y la confraternidad en medio de la una disputa, pueden más que cualquier rivalidad.

Otros antecedentes

«¡Estos son los Juegos Olímpicos. Tenemos que terminar!»

Esas fueron las palabras de aliento de la atleta neozelandesa Nikki Hamblin a la estadounidense Abbey D’Agostino, en la pista este martes durante la carrera de 5.000 metros en los Juegos Olímpicos de Río 2016.

La caída de Hamblin y luego de D’Agostino, que no la pudo esquivar, y su mutuo aliento dejó una de las historias más conmovedoras por la nobleza de su espíritu olímpico.

De hecho, aunque llegaron últimas, los jueces decidieron clasificarlas a la final.

Que le pregunten a Jesse Owens

La historia de James Cleveland Owens, que murió un 31 de marzo de hace ahora 40 años, reúne todas las bondades que se asocian al espíritu olímpico. La hermandad entre nacionalidades y razas, el espíritu de superación, la excelencia. No se echa de menos ninguna.

Sobre el pasillo del Estadio Olímpico de Berlín, un 8 de agosto de 1936, Owens voló hasta los 8,06 metros con el último salto de la final y se aseguró la medalla de oro en el concurso de longitud. Él mismo tenía el récord mundial en 8,13 m, una plusmarca que había batido en 1935 y que estaría en vigor 25 años.

Eran las seis de la tarde, según el reloj del estadio situado sobre la entrada de maratón. En el palco, Adolf Hitler contempló consternado la victoria de un negro sobre un representante modélico de la raza aria, el alemán Luz Long.

Ambos llegaron empatados al penúltimo salto, lo que alimentó las esperanzas del ‘führer’ de ver a un rubio de ojos azules en lo alto del podio.

Pero el nieto de esclavos, el menor de los diez hijos de un campesino de Alabama, ignoró el clamor de la grada, apartó la mirada de las esvásticas dispersas por el recinto y se impulsó alto, ligeramente inclinado hacia la izquierda guiado por ese brazo, en busca del oro. De blanco, con los colores de la bandera estadounidense cruzados sobre el pecho y con el dorsal 723.

El día anterior se había impuesto en los 100 m, la prueba reina. Hitler, también presente en el estadio, solo dio la mano a los atletas alemanes. Reconvenido por el COI -«a todos o a ninguno»-, al día siguiente eligió no saludar a nadie con tal de no tener que estrechar la mano del negro Owens.

Fuentes: Agencia EFE y BBC