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Elisa Forti, la nonna que corre

Elisa Forti, más conocida como la nonna, nacida en Italia, pero radicada desde chiquita en Argentina, lleva una vida contra cualquier prejuicio sobre la tercera edad. Supera las 100 medallas y aquí cuenta cómo inspira incluso a los más jóvenes.

No quiere ser paquete ni depender de nadie. Odia que la tengan que trasladar de acá para allá. A ella sólo le impulsa ser la protagonista de su vida hasta el último de sus días.

La argentina Elisa Sampietro de Forti tiene 89 años, pero desde los 72 la conocen como “La nonna que corre”. Cruzó cinco veces la cordillera de los Andes entre 2013 y 2017, marcó récords en carreras destacadas de su país y ya superó las 100 medallas por alcanzar la meta. No le pregunten en cuánto tiempo porque, como le confía en su charla con BioBioChile, “lo importante es llegar”.

Elisa nació el 31 de diciembre de 1934 en Como, una zona de montañas con un lago de ensueño al norte de Italia, pero se considera “argentina de adopción” desde los 14 años. Su familia salió eyectada por la Segunda Guerra Mundial en pleno régimen de Mussolini y, como tantos italianos, recaló en Argentina. Nada de rencores ni dolor. La nonna se resiste a vivir del pasado -¡y vaya que acumula anécdotas para contar una y otra vez!- y elige hoy admirar el sol rosado de cada mañana cuando sale a practicar running por la vía costera en Vicente López, Buenos Aires.

“Estoy bastante agradecida a la vida porque me dio sinsabores, pero también la fortaleza para enfrentarlos y ordenarlos”, dice desde su hogar, donde dedica el tiempo libre a completar crucigramas en italiano “para no olvidar las consonantes dobles” y a pintar con lápices de colores para “marcar bien las sombras”, si es que no le toca remendar alguno de sus shorts para la próxima aventura.

En su cuarto, Elisa cuelga en su espejo más de un centenar de medallas y reconocimientos. No lleva el conteo exacto, pero el ruido de los metales eleva la cifra total por encima de lo que parece. Para ella, “ese ruido es todo alegría”.

Elisa Sampietro de Forti

La mamá de cinco hijos y abuela de 11 nietos tiene una rutina activa y saludable. Desayuna temprano, se pone las zapatillas y dedica una hora de caminata o trote al lado del río para escuchar el canto de los pájaros. Para fortalecer los músculos, va al gimnasio tres veces por semana para realizar ejercicios de equilibrio con la ayuda de su hija Adriana, que es kinesióloga: “Hace dos años me pisó una moto y mi cadera ya no es como era. Pero dejé de correr dos meses con la pata en alto y volví alrededor del río”.

Empezar a correr a los 72 años: una carrera contra los prejuicios

Elisa Sampietro de Forti dedicó muy orgullosa su vida a la crianza de su manada. Se escapó de la guerra en los años 40 y uno de sus hijos fue a otra: la de Malvinas en 1982. Lejos de quedarse quieta en el llanto, se preparó como enfermera e hizo despachos de alimentos para los soldados argentinos enviados a las islas.

A los 40 y tantos, con su marido aun a su lado, Elisa se largó al vóley. Después vino el tenis. Para la época, una postal poco habitual en una mujer de esa edad.

A los 72 años, en 2006, se enteró de que su hija se iba a correr a la localidad patagónica de Villa La Angostura. La curiosidad por conocer tan paradisíaco lugar le ganó y se coló ya no como turista más, sino como una runner. Elisa se calzó las zapatillas, se abrió en los bosques y no la pararon más.

Quedó tan fascinada que se metió pronto a un grupo de corredores en su ciudad, pese al miedo de que la rechazaran por “vieja”. Una vez vencidos los prejuicios, todos la acogieron y abrazaron hasta hoy.

“Me llega al corazón cuando las personas mayores me dicen ‘Por vos, yo empecé’. Efectivamente cuando arranqué, corrían mujeres de hasta 60 años como máximo y ahora las ves más allá de esa edad y es fantástico. Me dicen que con mi ejemplo las ayudé”, aporta la corredora, que actualmente recibe invitaciones para entregar medallas y encabezar campañas de salud.

Elisa completó carreras de 20 kilómetros en sitios argentinos como Ushuaia, Mendoza, Salta, Jujuy, Misiones y San Luis, así como en Brasil y Uruguay. Cruzó cinco veces la cordillera de los Andes y firmó un hito para las personas de su edad. Intentó escalar en 2018 el cerro Aconcagua, el techo de América, pero cuestiones burocráticas se lo impidieron. Fue cuando casi tiró la toalla: “Me quedó una amargura dentro… Pero la carrera del fin del mundo, en Ushuaia, fue revancha. Olvidé el mal paso y seguí corriendo”.

La maratonista no se anima a decir cuál fue su carrera favorita. Su explicación tiene lógica: “Terminás una carrera y decís ‘¡qué linda esta!’, y después ves la otra y así. Lo que tiene de lindo la carrera de montaña es el compañerismo entre los corredores, no es como en la calle que te pasan y te pasan. Es la importancia del desafío contra uno mismo”.

“Cuando termino la carrera, siento esa voz de la noche anterior que decía ‘Elisa, ¿para qué te metiste a esto?’. Pero cuando llego a la meta, hay un orgullo interno. Le perdés el miedo a los sinsabores diarios que se te presenten. Yo a la piedra no la esquivo, la salto”, expresa la mujer.

Nota: Bio Bio Chile